Pedro Chicas está sentado en una banca y se siente humillado. Durante 20 años ha liderado en la fase judicial las peticiones de justicia para las víctimas de la masacre, y le enoja presentir que se acerca la hora para que él claudique. A Pedro Chicas se le está acabando el tiempo.
Pedro Chicas está sentado en una banca de su casa, dispuesto a dar su testimonio, pero no lo puede dar. Un cáncer en la garganta le ha ido cortando el habla poco a poco, y ahora apenas y puede pronunciar monosílabos.
Los viejos ya están viejos, y no faltará mucho para que guarden silencio y dejen de contar sus historias para siempre. Rufina Amaya falleció hace cuatro años, el 20 de mayo de 2007, sin ver justicia.
Los viejos ya están viejos, y delgados. Juan Bautista, Sotero Guevara, Antonio Pereira y Pedro Chicas han perdido los músculos, y ahora son piel que se pega cada vez más a sus huesos.
Pedro Chicas se frota las manos, ladea la cara, carraspea, mientras una muchacha lee un papel y dice que su nombre es Pedro Chicas, y que lo que tiene que contar es que el 10 de diciembre… Pero la muchacha no es Pedro Chicas, porque Pedro Chicas está a su lado, escuchando aquello que tanto quiere decir, las veces que sean necesarias. Pero no puede.
Somos salvajes, porque queremos que Pedro Chicas hable, que su voz quede grabada en el vídeo, en el audio, y le disparamos una pregunta.
Entonces Pedro Chicas, con el poco aire que le permite pasar su garganta, devuelve cuatro enfáticos gemidos:
“¡Que se haga justicia!”
Liliana Pérez, de 21 años, nuera de Pedro Chicas, se dispone a leer el testimonio de este sobreviviente, quien ha perdido la voz.
***
En la casa de Orlando Márquez ya nadie está viendo el televisor. Se acabaron las carreras y la nieta de Orlando, Idalia, corretea por el patio, mientras Míriam bromea con sus invitados, porque a sus invitados se los están comiendo los jejenes.
Orlando Márquez aún no se va hacia la milpa, en donde ha dejado embalada la corta de la temporada, porque espera que le terminen de preparar la comida del siguiente día. Dice que tiene que ir a acampar porque últimamente en la zona se han estado robando las siembras.
Juan Bautista asiente, y le dice que dentro de poco él también tendrá que hacer lo mismo con su milpa, que todos los días llega a cuidar en unos terrenos que tiene cerca de El Mozote. Se lamenta también por lo caro del transporte, y rememora aquellos años, los de antes de las masacres, con un “antes no era así esto”.
En eso, Míriam Núñez se para en la puerta del cuarto y llama a Juan Bautista porque quiere enseñarle una foto. Es una fotografía viejísima, de más de 30 años. En el retrato se ve cómo eran Agustina, Edith y Yesenia antes de convertirse en los huesos que hoy están en el saco. Detrás de Míriam, los huesos de sus suegros y de sus pequeños cuñados ya están descansando de nuevo en una silla de plástico.
—El único que hace falta es don Santos y José. De ellos no tenemos fotos –dice Míriam.
En la imagen aparece una Agustina alta, blanca y de semblante serio. Su hija Edith es pequeña, pero no tanto como Yesenia. Y Yesenia me mira directo a los ojos mientras descansa para siempre en los brazos de su madre.
Míriam Núñez, esposa de Orlando Márquez, muestra un retrato de su suegra Agustina y su cuñadas Edith y Yesenia, fallecidas en la masacre del caserío El Mozote.?
*Nota de la redacción: El lunes 28 de noviembre de 2011, el Juzgado Segundo de Primera Instancia de San Francisco Gotera ordenó la exhumación de los restos sin rescatar bajo los cimientos de la casa de Orlando Márquez. Los forenses del Instituto de Medicina Legal no solo encontraron más restos de los padres y hermanos de Orlando, sino también los huesos de otras siete personas.
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